El "dejar ir" normalmente lo asociamos con la pérdida, lo cual suele generar una sensación
amarga. Quizá hemos asumido que tenemos que dejar ir todo aquello que nos daña,
pero aún así no logramos despojarnos de esa sensación de abandono, vacío y desamparo. A veces sentimos que
ese dejar implica soltar la seguridad y lo conocido para lanzarnos al vacío sin
paracaídas.
Esa sensación obviamente no nos ayuda a dejar ir, al contrario, genera una fuerza que nos mantiene
atados a lo que nos daña. Aunque somos conscientes de que debemos dejar atrás el lastre, la sensación de pérdida
es abrumadora y la incertidumbre tan grande, que nos aferramos a ese peso. De tal forma podemos
pasar meses o incluso años debatiéndonos entre el aferrarse y el soltar.
A lo largo de nuestra vida hemos desarrollado una profunda
aversión a la pérdida. Se debe a diferentes mecanismos psicológicos que se ponen en marcha
y de los cuales no son más que ilusiones que hemos asumido como verdades.
- Sensación de seguridad
Una de
las principales causas de nuestra aversión a la pérdida radica en nuestros
hábitos. Los hábitos nos brindan seguridad porque nos permiten mantener nuestro
entorno relativamente bajo control. Toda pérdida implica un reajuste de esos
hábitos por lo que sentimos que la seguridad que hemos construido se tambalea.
Entonces tenemos miedo y genera ansiedad.
- Vínculo emocional
El
problema es que establecemos inmediatamente una conexión emocional,
"efecto propiedad" la cuál nos mantiene atados a las cosas,
situaciones o personas aunque estas ya no nos reporten felicidad o incluso nos
hagan daño. En la filosofía budista, a ese vínculo emocional se le denomina
apego, y se considera como una de las causas de nuestra infelicidad.
- Pensamiento dicotómico
Solemos
pensar en términos extremos y antagónicos, lo cierto es que el patrón de
pensamiento que nos han inculcado es en blanco o negro. Por eso asumimos que la
pérdida es el vacío, en contraposición con la ganancia, que asumimos como
sinónimo de plenitud. Este pensamiento está sesgado y nos impide asumir una
perspectiva más amplia y compleja del mundo.
Dejar ir también es dejar llegar
Una parábola budista que nos ayudará a lidiar con la pérdida desde una perspectiva diferente.
Un hombre famoso por su erudición, decidió visitar un día a un
reconocido maestro zen para que le enseñara lo que le faltaba por saber. El
maestro lo recibió en el monasterio y lo invitó a tomar el té.
Apenas se sentó, el erudito le contó que había pasado toda su
vida estudiando y le contó toda la historia del budismo zen. Por último, le
dijo:
- He viajado desde muy lejos para que me enseñes todo lo que me
falta por saber sobre el zen.
El maestro no le respondió, tomó la taza y comenzó a verter el
té. Sin embargo, no se detuvo cuando la bebida colmó la taza, de la tetera
seguía saliendo el té.
El erudito estaba asombrado. No podía creer que aquel famoso
maestro del que todo el mundo hablaba, fuera tan descuidado. Sin embargo, no
dijo nada.
El maestro zen siguió vertiendo el té, que ya ocupaba la bandeja.
El hombre no se pudo contener, así que casi le gritó:
- ¡Detente! ¿Acaso no ve que la taza está llena y estás
derramando el té?
En ese punto el maestro zen se detuvo y le respondió:
- ¡Exacto! Al igual que la taza de té, tu mente está llena. ¿Cómo
pretendes que te enseñe si antes no la vacías?
La filosofía budista considera que para que se produzca un cambio
realmente trascendental en nuestro interior, primero debemos ser capaces de deshacernos de todos los
prejuicios, patrones de pensamiento, creencias y apegos que nos limitan. Solo podemos abrazar
el cambio, cuando estamos dispuestos a abandonar lo que somos. Desde esta perspectiva,
el dejar
ir no tiene una acepción negativa, todo lo contrario, es un proceso de
crecimiento interior que sigue la ley del desapego, imprescindible para
permitir que las nuevas cosas puedan ocupar ese lugar.
A veces, mantenernos encadenados al pasado, nos impide movernos
hacia el futuro y todo lo que este nos depara. Las cadenas de los hábitos y el
grillete de lo conocido nos mantienen sujetos, impidiéndonos aprovechar las
nuevas oportunidades.
Por eso, podemos empezar a ver ese “dejar ir” como un paso necesario para “dejar llegar”. No se trata simplemente de una pérdida sino de un acto consciente de desapego a través del cual nos permitimos abrirnos a las nuevas experiencias. Se trata de un cambio de perspectiva que puede cambiarlo todo y que, sin duda, vale la pena.
Unos ciclos culminan y comienzan otros. Tal vez un proyecto,
una relación, un cambio de hogar, un nuevo trabajo, un cambio de país o termina
un año. Ante cada cierre, estamos frente la posibilidad de volver a empezar, de
volver a elegir, de renovar o de tonificar lo que ya concebimos.
Para abrirnos paso a lo nuevo, hay que poner orden, revisar qué
cosas funcionan y retirar las que ya están caducas.
Tomado de la red, sin autor.
Psic. GCuadra